Una serie de pinturas sobre el color cautivador de las hojas de arce, un color que permite sentir el aire frío y recordar el crujido de las hojas bajo los pies. A lo lejos se extienden árboles con copas multicolores, que nos invitan a sus brazos para sentir la infinitud del bosque otoñal. Después de disfrutar del paseo, volarás con las grullas a tomar café y coñac.
Cada momento del día tiene su propio estado de ánimo y dinámica. La mañana — cuando la naturaleza y el ser humano apenas despiertan. Uno se desprende del sueño, del calor de la cama, y todo apenas comienza — todas las posibilidades aún están abiertas. La tarde — el sol está a punto de despedir el día. El cielo se tiñe de tonos cálidos, y en la distancia las montañas empiezan a soltar sombras, como si las intercambiaran por la noche. Todo se desacelera y llega el momento del descanso y la reflexión.
Lo que sucede a nuestro alrededor y dentro de nosotros no siempre se dice en voz alta: algunos momentos se imprimen en la memoria como si fueran entradas en un diario, permitiéndonos volver a ellos con el tiempo y revivir sus emociones o reírnos de lo vivido. En “El Fenómeno” exploro mi vínculo emocional con el olor de la orilla. Aunque cambia con el tiempo, siempre huele a sol, agua, arena o tierra — y sigue oliendo a ese placer de estar con uno mismo. Te invito a mirar “El Fenómeno” a través de las sensaciones recuperadas de la memoria del borde del agua.
El grito de “veraaaanooo” desde las ventanas. Estás tumbado bajo un árbol comiendo helado. Alguien toca la guitarra a las 5 de la mañana. El olor del césped recién cortado te lleva a la infancia. Recolectas flores silvestres para regalárselas a tu mamá. Comes fresas directamente del huerto, incluso con un poco de tierra. Delicioso. Por la noche tomas té con menta. También delicioso.